Al inicio de Street Mobster, la voz en off del protagonista nos pone en situación: «he golpeado a muchos hombres en mi vida. Pero la primera vez que golpeé a alguien fue a mi madre». Una frase que nos alerta del tono del film y del tipo de protagonista al que nos vamos a enfrentar.

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El atractivo mundial que despierta el cine yakuza se empezó a gestar en los sesenta y setenta, gracias a directores como Seijun Suzuki o Kinji Fukasaku el cine de estos mafiosos tatuados escapó del anquilosamiento que había pesado sobre el género. Durante una época había estado influenciado por el Chambara con cierto aire melodramático: en respuesta a la invasión norteamericana los yakuza eran héroes románticos que luchaban por honor en duelos influenciados, también, por Western y el cine de samuráis. A mediados de los sesenta, y ya nunca dejando de evolucionar hasta nuestros días, estalla un cine más violento, hijo de su tiempo. El héroe se convierte en un nihilista que busca venganza y carece de toda moralidad.

Street Mobster nos sitúa en la rendición de Japón ante las tropas aliadas, es un país humillado y furioso como el que describe con maestría el escritor David Peace en su trilogía de Tokyo (esperamos la tercera parte con ganas). Isamu Okita es hijo de una prostituta y se cría en unas calles llenas de violencia que lo convierten en un animal salvaje que chocará constantemente con la su entorno. Okita es un gran ejemplo de esa ruptura con el yakuza de honor, esa especia de Robin Hood tatuado. Por comparar con el género norteamericano estamos ante un anti-héroe que está más cerca del Hard boiled que del Western. Un ser violento que es incapaz de adaptarse a la sociedad, ni siquiera a las sagradas normas mafiosas y que tiene una moralidad respecto a las mujeres algo más que dudosa.

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Kinji Fukasaku (1930-2003) tuvo una carrera larga y exitosa, prácticamente siempre trabajando para la Toei, una de las principales productoras del país nipón con una gran tradición en cine samurai y de época, pero gracias a su éxito de público siempre tuvo una gran libertad de acción. Ello le permitió crear films con un toque personal muy pronunciado, con esa estética cercana al documental y un tipo de acción muy directa. Sus películas suelen tener un trasfondo social bajo tanta testosterona, suya es la saga The Yakuza Papers, si no recuerdo mal siete u ocho obras maestras que cubren la historia de los yakuza y que bien se merecen un especial, algún día, en El Primo.

Street Mobster es un catálogo perfecto de las virtudes del director, visualmente es muy poderosa y está creada con mucha inteligencia y sabiduría narrativa. Los primeros minutos del film, durante los títulos de crédito, un montaje fotográfico y la voz en off del protagonista nos sitúan directamente en la trama, inicia la narración del film y ya tenemos situado al protagonista, con su carácter explosivo saliendo de la cárcel. Maravillosa economía narrativa.

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El director genera una puesta en escena inconfundible, esa cámara nerviosa que nos ubica en plena calle, entre los personajes, con cierto aire documental y falso amateurismo que pega a la perfección con un montaje dinámico, no dejamos de movernos. Es brillante porque es un cine fácilmente digerible pero una mirada atenta nos hace observar un afán expresionista en la composición de las escenas. Por ejemplo tenemos una escena con el interés amoroso Okita (ruboriza definirlo como interés amoroso ya que tienen una relación bastante enfermiza, la verdad) desnuda en la cama, con una navaja en la mano. Okita está en una encrucijada emocional, debajo de una ventana, y el sonido de un tren aparece bañando la escena de una luz que cruza el rostro del protagonista. Brutal. Street Mobster es perfecto para entrar en el universo Fukasaku, un film entretenido y artísticamente brillante con una banda sonora de aplauso.

El film lo protagoniza Bunta Sugawara, una leyenda del cine ampliamente relacionado con la carrera de Fukasaku y con más de doscientas películas en su haber. Su interpretación en Street Mobster puede chocar al principio, algo forzada en tics y gesticulación, emparentada con aquel Toshiro Mifune de Seven Samurai. Sugawara lleva el peso del film y si nos fijamos en los matices de su interpretación es un trabajo rico y digno de aplauso.

 

https://www.youtube.com/watch?v=Fhys4tM3sRU