
En un cañaveral cerca de Kyoto, una madre y su nuera esperan la llegada del hijo y esposo que marchó a la guerra. Una de las muchas de la época Nanbokuchō. Malviven vendiendo armaduras y objetos de guerreros extraviados. En muchas ocasiones deben matarlos ellas mismas, todo por un poco de arroz y de sake. Una noche aparece un vecino que había partido también, trae noticias y deseo carnal. Todo ello acabará demoliendo el frágil orden que habían creado las dos mujeres.
Creo que el (buen) cine de género debe poseer un trasfondo social, algo en lo que las imágenes impactantes puedan apoyarse para hacer reflexionar a la vez que pasar un buen rato con las escenas subidas de tono. Nadie mejor que Kaneto Shindô para crear esta obra maestra del cine japonés, con una gran experiencia en un cine de corte más reflexivo o dramático aquí consiguió unir un cuento de fantasmas con sus inquietudes personales. Algo que me recuerda a aquella proeza que hizo Ingmar Bergman en La hora del lobo (1968).

Shindo trabajó durante años en el departamento de arte a las órdenes de un grande entre los grandes, Kenji Mizoguchi. Con él no solo aprendió el oficio, también se empapó de su preocupación por la sociedad nipona y por el papel de la mujer en entorno hostil. Años después le rendiría homenaje con el documental Kenji Mizoguchi, Vida de un director (1975). Ambos entendían el cine como un vehículo de entretenimiento, pero también, como un artefacto que podía ayudar a transformar la mente del espectador. Tardó más de treinta años en conseguir la fórmula que le diera respaldo internacional como autor completo. Si bien Los niños de Hiroshima (1952) o La isla desnuda (1960) ya había tenido su eco en círculos cinéfilos, no fue hasta el estreno mundial de Onibaba que le llegó el respaldo internacional, y fue con este film intimista pero poderoso. Pocos actores y localizaciones, pero un guion, una banda y una fotografía magistrales que hacen del conjunto una obra maestra.

El texto es del director, basado libremente en una parábola budista. Eliminó el carácter religioso de la leyenda para dotar al filme de una textura sexual casi palpable. Personajes que dialogan con velocidad, personajes desesperados, miserables sin salida en esa cárcel de caña y hoja. Las dos mujeres intentan sobrevivir en un país y una época en la que no tienen oportunidad alguna. La idea del agujero/abismo como metáfora es sencillamente genial y destaca por encima de todo la soberbia interpretación de Nobuko Otowa en el papel de madre. Ésta interprete de mirada fiera era una habitual de los films de Shindo. También era su esposa. Fíjense en el lenguaje no verbal que despliega, brutal.
Por último, destacar la fotografía de Kiyomi Koruda y la banda sonora de Hikaru Hayashi. No se pueden separar la una de la otra, conjugan a la perfección en el montaje de Toshio Enoki. La película tiene un gran ritmo y armonía. Un filme de atmósfera propia, inigualable.
🎬 Puntuación de El Primo
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