Jonathan, los vampiros nunca mueren (Hans W. Geissendörfer)
Jonathan, los vampiros nunca mueren (Hans W. Geissendörfer)

Ha sido rumano, italiano, alemán, coreano, turco, japonés, mexicano y pakistaní. Se ha encarnado en personaje real, en dibujo animado y en marioneta. Le hemos visto ponerse ebrio de sangre en los cinco continentes. En el campo y en la ciudad. En el siglo XIX, en el XX y en el XXI.

Desde su publicación en 1897, la novela “Drácula” de Bram Stoker se ha convertido en uno de los libros con mayor número de adaptaciones al cine. Contando tanto las versiones fieles como las libres, el número supera con creces la centena. El sanguinario conde ha sido representado en diferentes épocas, entornos, razas (el “Blácula” negro o el asiático del “Drácula” de Guy Maddin) y con una ristra de nombres (que no de ajos) interminable: Nosferatu, Yorga, Karol de Lavud, Barón Meinster…

Tanto en las películas y series que cuentan con el personaje de Drácula como en las protagonizadas por otros vampiros que no son el conde, encontramos también una gran variedad de híbridos entre el terror de base -consustancial a la historia- y otros géneros: la comedia en “El Baile de los Vampiros” o “What We do in the Shadows”, el western en “Near Dark” o “Vampiros de John Carpenter”,  la ciencia ficción en “Lifeforce”, la animación en “Vampiros en La Habana”, la exploitation en “Vampiros Lesbos” o  “El Rojo en los Labios”, las artes marciales en “Kung Fu Contra los Siete Vampiros de Oro” o incluso la danza en la ya mencionada cinta de Maddin. Ya en 1970 existían tantas versiones que Narciso Ibáñez Menta, haciendo gala de esa socarronería tan suya y que heredó su hijo Chicho, tituló “Otra Vez Drácula” a la serie en la que además de encarnar al personaje, también ejerció de productor y director.

Jonathan, los vampiros nunca mueren (Hans W. Geissendörfer)
Jonathan, los vampiros nunca mueren (Hans W. Geissendörfer)

El mito vampírico no sólo ha dado lugar a películas de terror con un planteamiento básico de lucha entre el bien el mal, entre la luz y la oscuridad, y con un desarrollo en modo “aventuras” (la lucha del héroe contra el villano, modelo tan propio de las producciones de la Hammer), sino que también se ha utilizado como vehículo para dotar de cierto discurso psicológico o social al relato. El vampirismo como metáfora de la adicción a la heroína (en la existencial “The Addiction”), de la necesidad adolescente por definirse y por encajar (“Martin”), de la demanda del otro y de la absorción de su energía como forma de supervivencia (“Lifeforce”), como máxima expresión romántica de la búsqueda y entrega total a la persona amada (el “Drácula” de Coppola), y en general, como vehículo para hablar del sometimiento, la dependencia, el deseo y la sexualidad. Incluso hay multitud de casos en los que si bien no se relaciona directamente el vampirismo con otros aspectos como los mencionados, sí se ha usado como contexto para hablar de temas tan dispares  como  el acoso escolar (“Déjame Entrar”), el despertar sexual (“Lemora” o “Valerie and her Week of Wonders”) o  el machismo y la desigualdad en la sociedad en general y en el mundo árabe en particular (“Una Chica Vuelve Sola a Casa por la Noche”), por poner sólo algunos ejemplos.

Dentro del tipo de versiones que usan el vampirismo como metáfora o contexto se encuadra “Jonathan”, película alemana dirigida en 1970 por Hans W. Geissendörfer, film que adapta la novela de Stoker como alegoría del nazismo y que retrata al personaje de Drácula como una versión con capa y colmillos de Hitler. Aunque sus atuendos cambian para acercarlo a la imagen clásica del chupasangres, el conde luce el característico flequillo del dictador (no así su mostacho) y calca su tono y encendida manera de hablar, ese torrente en el que despliega su carisma y toda su habilidad para mantener a su séquito bajo un influjo que les impele a justificar cualquier tropelía ejercida por su líder o incluso a cometerlas en su nombre.

Jonathan, los vampiros nunca mueren (Hans W. Geissendörfer)
Jonathan, los vampiros nunca mueren (Hans W. Geissendörfer)

Esto se aprecia ya desde la primera escena en la que una madre asiste impávida al suicidio de su hijo, quien se lanza por la ventana. La madre no se inmuta ni un pelo ante el trágico acto perpetrado ante sus propios ojos y sólo se preocupa por llevar ante su líder a la chica que se encontraba con él en ese momento (y que porta  en el cuello una cadena con un crucifijo, representación de una creencia -ideología- contraria a la del conde). Al salir a la calle, el cuerpo sin vida del chico yace en el pavimento, pero ella pasa de largo sin dedicarle ni una mirada. Al fin y al cabo su hijo era un “traidor”. Al entrar su madre en la habitación en la que ambos se encontraban, el chico no reacciona a sus llamados, no aparta la mirada de la chica, se encuentra  abducido, en estado de hipnosis. Como también parece estarlo su madre, absolutamente lobotomizada, víctima de un lavado de cerebro que le ha borrado todo sentimiento o emoción por su propio hijo.

Poco después veremos el primer discurso del conde, una contundente advertencia a parte de sus secuaces de lo que les puede ocurrir si le abandonan, un “si no estás conmigo estás contra mí”. Una soflama contra la no implicación en la causa o la deserción, no sólo por traición, sino por tratarse de algo que  pondría en serio peligro la supervivencia de todos frente al enemigo común (el resto del mundo).

Jonathan, los vampiros nunca mueren (Hans W. Geissendörfer)
Jonathan, los vampiros nunca mueren (Hans W. Geissendörfer)

Aunque el Jonathan del título es el Jonathan Harker de la novela, su papel es bien distinto. No es enviado a vender propiedades al conde, sino a infiltrarse en el castillo y recabar información para un posterior asalto por parte de los aldeanos. La película se permite otras desviaciones que aportan originalidad y frescura al mil veces visto rosario de tópicos: los vampiros caminan bajo el sol pero mueren con el agua y son seguidores de Satán, realizando rituales en su honor.

La paleta de color árida recuerda a otras producciones alemanas de la época (“El Enigma de Kaspar Hauser” o “Woyzeck”, ambas de Herzog), aunque se rompe con los moradores del castillo. Todos visten túnicas y abarcan la gama cromática de la bandera de la esvástica: el conde, que es el centro, el símbolo, de negro. Sus novias, de blanco. Y el resto de vampiros, esos personajes de fondo, de rojo.

Jonathan, los vampiros nunca mueren (Hans W. Geissendörfer)
Jonathan, los vampiros nunca mueren (Hans W. Geissendörfer)

En definitiva, una curiosa adaptación con algunos hallazgos. Imprescindible para completistas del subgénero de vampiros o del nazismo, muy interesante para fans del terror (y del cine de los setenta en general) y de difícil digestión para los no acostumbrados a los ritmos pausados, los simbolismos, los episodios oníricos y a alguna que otra escena desagradable.

Artículo redactado por Juan Rodriguez.

SINOPSIS

Una cohorte de vampiros se alimenta de los campesinos locales. Estos, mancomunados, dicen basta de tal tiranía de terror, e intentarán liberar a cientos de prisioneros que la raza de los vampiros ocultan en su castillo.

TRAILER